Me paseaba yo por mi biblioteca tratando de toparme con algún autor que me permitiera iniciar el discurso central de este acto, al cual he sido gentilmente invitada como Oradora de Orden, y ya la cosa se estaba tornando difícil: Umberto Eco, Pasquali, Habermas, Mc Luhan, todos ellos bastante representativos en este asunto de la comunicación, me han generado siempre una gran respeto, pero en este momento no fluía el entusiasmo para lo que yo andaba buscando. Entonces me senté en el piso y, en el área de libros ya olvidados por mi hijo de 10 años sobresalía uno que saqué por el puro afán de acomodarlo mejor en la biblioteca. Y bingo! Me salvó esta mañana.
Cuando lo abrí recordé que en algún momento de mi vida de estudiante de comunicación social se me ocurrió cambiarle el texto a una parte de este libro e iniciar una historia tan fantástica como real (depende del ánimo). Su autor, Antoine de Saint Exuperry había desarrollado una parte muy emotiva, donde el protagonista del cuento se frustra porque –de niño- al enseñarle a los adultos un dibujo que él mismo había creado, y preguntarles si no los asustaba, los adultos haciendo gala de su extraordinaria madurez le decían: -¿Por qué habría de asustar un sombrero? Aquel niño frustrado como dibujante aspiraba que alguien, más allá seguramente de la limitada visión de los adultos pudiera comprender que él no había dibujado un sombrero, sino una boa que se había tragado un elefante.
Desde ese momento supuse que esa conversación hubiera podido no acabar ahí. Tenía la intuición de ver en aquel dibujo (que aparentaba ser un sombrero porque el elefante no llagaba a verse) la mejor ilustración de algo que me acompañaría luego por el resto de mi vida como profesional de la comunicación: la noticia, esos trazos cotidianos y apresurados que no dejan nunca al comunicador, independientemente del ámbito en el que se encuentre trabajando.
Cada vez encontraba yo una mejor explicación para convencer al protagonista del cuento de que la boa que se tragaba el elefante era la noticia. El elefante era la sociedad, un monstruo complejo al que sorpresivamente el periodismo con su lógica un día arropa y logra cubrirlo con sus trazos, tanto que a veces no podemos captar la esencia de esa sociedad porque ha sido tan débil, a pesar de su grandeza, que una líneas apresuradas han sido su mejor espejo en los últimos cincuenta años.
La historia le ha soltado una jugarreta al periodismo. Hoy día, a la construcción de la noticia se le exige aún que siga cumpliendo con las clásicas condiciones del periodismo comercial (es la noticia como mercancía, una condición histórica y natural de esta profesión). Pero cada vez más, se le adjudica un peso muy grande de responsabilidad frente a la estabilidad simbólica de las democracias actuales, justamente en un momento en el que el elefante tiene la piel tan callosa que por más que disimulemos, los trazos no pueden hacer otra cosa que reflejarlos.
Decía un teórico llamado Rodrigo Alsina que la concepción de noticia, como tradicionalmente se ha aceptado, es lo opuesto a la noción histórica o científica. Visto así, es curioso que una sociedad recueste la capacidad de autocomprenderse en los cuentos diarios llamados noticias; pero es así. Nos toca, pues, desempeñarnos en un contexto en el que la débil institucionalidad social le ha dado paso a lo massmediático para la construcción del sentido colectivo. Esto nos sitúa en una profesión que no moja pero empapa.
Erróneamente suele reducirse como único problema en la dinámica actual de los medios, a la naturaleza privada de éstos. Obviamente, esta condición privada está cada vez más reñida con la naturaleza de una mercancía social en nombre de la cual muchas veces se pretenden levantar prédicas de libertad de expresión en medio de un juego complejo de intereses empresariales.
Pero la naturaleza privada de los medios es sólo una condición, hasta un tanto fácil de regular si se discuten con sensatez los aportes y desventajas en su relación con el Estado. Más allá de esta condición, que no debe soslayarse nunca en ninguna discusión sobre los medios, debemos detenernos en otros factores, tan complejos como decisivos.
Por un lado, la lectura mediática debería ya empezar a pasar, sin cargos de conciencia, a ser un componente de construcción de crítica social, a partir de individuos formados para la ciudadanía. En este sentido la reinterpretación debería estar dada también a partir de las posibilidades que el Estado ofrezca a los individuos para ser críticos y autónomos, y no presa fácil de las circunstancias mediáticas, sobre todo aquellas derivadas de los poderes establecidos en una sociedad.
Por otro lado, sabiendo que la participación de los medios de comunicación social en el siglo XXI no es la misma que las de sus orígenes, se aspiran cambios en el perfil de los comunicadores sociales, más allá del experto en el mero uso de la herramienta que permite la construcción rápida del discurso. Se exige un profesional integral que comprenda su rol como actor social y derrumbe sabiamente aquella idea rígida de la objetividad periodística. Un profesional que comprenda la comunicación como ese aspecto cultural sobre el cual incide diariamente. Un profesional socialmente responsable que logre acostarse tranquilo todos los días sabiendo que encontró la palabra acertada para generar un aporte en ese elefante calloso llamado sociedad.
Hoy nos reúne la celebración de un premio regional distribuido entre profesionales que estoy segura no descansan para ofrecer su mejor trazo en el ámbito que los ocupa. Argelia Ferrer, comunicadora siempre, responsable ante la idea de una profesión que aporte al desarrollo social y además sentada sobre unas bases muy sólidas éticas y morales; ha visto en la comunicación científica la mejor arma para ello. Muchos la recuerdan como la profe, también fue mi profe, pero más allá de eso le tengo abierto un espacio grande en mi corazón por la amistad que nos une, mi gran amiga. También, Wendy Molero, cuyo argumento principal para merecer el premio fue su efectiva respuesta periodística en condiciones adversas desde el punto de vista humano, como el caso de la reciente tragedia aérea en el Páramo de Los Conejos. Gerardo Uzcátegui, junto a los colegas Javier Monsalve y Gustavo Suárez, se ha empeñado desde hace tiempo en sostener una iniciativa realmente respetable en la producción audiovisual con el programa de agroturismo ‘Tierra Fértil’. E Igor Puentes, también ha recogido este año su buena cosecha de reconocimientos, esta vez por demostrar su capacidad y solidez profesional para el periodismo institucional, con iniciativas como la revista Universidad. Felicitaciones a ellos.
Siempre es gratificante mirar alrededor y reconocer lo bueno que se hace en esta profesión tan accidentada en los últimos tiempos. Una profesión, que comenzó haciéndole un guiño a la sociedad y hoy ésta le reclama muchísimo más. Una profesión que dibuja sus trazos a la medida de su molde. Sólo nos resta decir que una sociedad solvente en su capacidad creadora y crítica, tendrá un periodismo que dibuje los trazos a esa medida. Todos somos el elefante.
Ysabel Briceño
Mérida, 15 de agosto de 2008
domingo, 17 de agosto de 2008
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